El encantamiento
de René Gatopardo (por consideración a los demás, hay que hablar en tercera
persona) hace que salte por los pasillos de la redacción. Los reporteros,
enfilados en sus computadoras de escritorio, giran en cámara lenta para ver a
Gatopardo.
Los ojos del
joven René brillan y disparan electricidad hacia cualquier parte. Y es que sólo
tiene ojos para lo que vio en la oficina de la editora. ¡Su reportaje saldrá en
la portada de la revista The Sohice!
El mismo que le hizo a la comunidad más deprimente del mundo: Los Solitarios y
Callados Cabezas Gachas. Aún recuerda la recomendación de su amigo (en el
periodismo hay que tener gente que filtre historias. Además de amigos que siempre
te publiquen en sus revistas) para visitar el lugar donde vivían semejantes
seres.
Su reportaje
investigaba la indescifrable vida lejos de las redes sociales y los tacos de
guisado, lo narraba de forma atractiva (describirlo así aumentaba las
posibilidades de verse como un buen reportaje) y explicaba que Los Solitarios y
Callados Cabezas Gachas no eran más que unos seres que se sentían seguros caminando
encorvados, en lugar de ser capturados hacia la atención de los mil amigos y los
tacos de tortita de carne y chile relleno. René Gatopardo sonríe y rodea la
redacción cuando, de pronto, su mirada hechiza a dos reporteros.
“Salió de la
oficina de la jefa, ¿verdad?”, murmuró uno de ellos. “Eso creo, Joshua”,
respondió su compañera. “Mmm… Ya sé lo que pasó ahí”, dijo el reportero Joshua.
“Ahí hicieron algo... ¡Ni lo dudes!”, afirmó Joshua muy convencido.
René Gatopardo no
se detuvo y siguió por la redacción. Emitía rayos de alegría por sus ojos,
hasta que éstos se cruzaron y crearon chispas con una caja de un escritorio. Se
quebraron unas tazas. Fue como una explosión.
“¡Las tazas de
la jefa!”, dijo el reportero Joshua. Se oyó como se abrió rápido una puerta,
por la oficina de la editora y René Gatopardo… Bueno, yo, me espanté.
-¡¡¿Quién fue?!!
-gritó la editora. Los reporteros volteaban hacia todos lados. El pinche Joshua
me señaló.
-¡¡Pero si serás
idiota, René!! ¡¡Mis tazas!! –dijo la editora mientras retenía la puerta de su
oficina-. ¡¡¿Pero qué hiciste?!!-decía con las manos en la cabeza, acercándose
hacia mí-. ¡¡¿No te das cuenta del gran favor que te hacemos?!! ¡¡Editamos tu
pinche historia de los pendejos solitarios para ponerla en la portada y me
rompes mis tazas que me regalaron!! –Puse mis manos atrás de la espalda y creí
que la editora dejaría de decir esas cosas pero no se detenía.
-¡¡Además, no
mames, no sé si ya te hayas dado cuenta que no sabes escribir, cabrón!! -decía
mientras veía cada taza rota-. ¡Combinas pinches puntos de vista sin sentido
con metáforas muy pobres sobre la comida! ¡Nos chingas a todos para corregir
tus textos y ver cómo iniciar, porque siempre empiezas con lo menos
interesante! –ante cada taza, subían los insultos.
-¡¡O sea, no
mames!!... ¡¡No lo entiendes porque crees saber escribir y tener una visión muy
chingona, cuando no eres más que otro imbécil que busca ser alabado!! ¡Y créeme
que tus compañeros comparten lo mismo que yo!
Algunos se
levantaron y dijeron: “¡Ya, ya!”… No entendía por qué la editora me decía eso.
Si se refería al reportaje de Los Solitarios y Callados Cabezas Gachas o a mi
escritura en general. La verdad empezaba a sentirme con la garganta por los
suelos.
-¡¡A ver, René,
que te lo digan si son muy tus amigos!! –repitió al ser encerrada en su oficina
por unos compañeros.
“Bueno, Gatopardo”…,
dijo la compañera Leslie acercándose. “La verdad es que lo que dice la jefa es
cierto… Pero no te sientas mal. No todos tienen el don de escribir”.
Después el
cabrón de Joshua me dio una palmadita en la espalda. “Amigo René, quizás seas
muy bueno… No sé, poniendo la grabadora en la boca de las personas y
transcribiendo la grabación. Pero ya estructurando las ideas para un texto, pues
simplemente no es lo tuyo. No se te da. ¡Hay que aceptarlo, amigo!”, añadió con
una serie de palmaditas el muy hijo de su madre.
¿Por qué me
tenían qué decir todo esto a mí?, pensaba a punto de quitar el brillo a mis
ojos. Todos abalanzados sobre mí, sin pensar en lo contentos que estaríamos al
leer el nuevo número de The Sohice.
No había otra
opción más que ir a la oficina y enfrentarme con la editora. Juntos romperíamos
los ejemplares de la revista para intentar pegar las tazas rotas.